El emperador romano Constantino, llamando “El Grande”,  subió al trono en el año 306 d.C., era hijo de Constancio, famoso general  ilírico y Helena, futura santa del cristianismo.
              La fama de este emperador, esta ligada sobremanera, por  haber promulgado en el año 313 el famoso Edicto  de Milán, proclamando al cristianismo religión oficial de estado y  concediendo a los cristianos la libertad de culto; además devolvió a la iglesia  católica todos los bienes confiscados, a la vez otorgándoles nuevas donaciones.
              Además, con su presencia, durante el primer Concilio Ecuménico de la iglesia  católica, convocado por el Papa Silvestre I, futuro santo, en el año 325 en  NIcea, no sólo reconfirmó el edicto, sino aprobó el credo redactado por Eusebio  de Cesarea, condenando, asimismo, la herejía de Arrio, hasta aquí la ficha  cronológica de este emperador.
              La historia registra que la época del imperio de  Constantino, está cubierta  de mitos y  leyendas. Cuando ascendió al poder, en el año 306 d.C., continúo con las mismas  leyes  y procedimientos de su antecesor  Diocleciano, el de perseguir ferozmente a los cristianos, a quienes  martirizaban con atroces sacrificios.
              Era la época del XXIX Papa Mártir, San Marcelino, él  como sus inmediatos sucesores, fueron objetos de tales martirios.
              El primer papa en no sufrir vejación alguna, fue el  XXXII, de nombre Melquíades, segundo de la cronología papal, de origen  africano, después de San Vittore, que fue el XIV; y San GELASIO I, el XLIX Papa  que instituyó el Código para uniformar funciones y ritos de las varias  iglesias.
              En el año 313, Constantino, por algunos acontecimientos significativos  y la constante insistencia y ruegos de su madre Santa Helena, decide proclamar  el famoso Edicto de Milán.
              En el año 314 es elevado el papado San Silvestre I, con  él, se inicia la gran expansión cristiana, con la construcción de las grandes  basílicas en Roma.
              Este papa, fue quien luchó para defender y reafirmar los  beneficios del Edicto Imperial.
              Entre tanto, consistían:
              
                - La       restitución de todos los bienes confiscados a los cristianos
- El       dominio eclesiástico de todo el Imperio Romano de Occidente, como el       reconocimiento de la Potestad Imperial y
- El       otorgamiento del poder temporal, sobre los obispos de Oriente, poderes que       perduraron XV siglos hasta su destino final, con los acontecimientos de la       unidad de Italia,  consumada el 20       de septiembre de 1870, cuando todas las regiones de Italia, sin excepción       alguna de toda la bota itálica, fueron        anexados al Nuevo Reino, bajo la dinastía monárquica de la casa de       los Saboya, durante el primer reinado de Vittorio Emanuele II.
A pesar de las buenas decisiones del emperador, en Roma  las persecuciones  seguían nuevamente en  todo su apogeo, tanto, que el mismo papa Silvestre tenía que permanecer oculto  junto con sus discípulos  para no  sufrir  las duras consecuencias  infligidas a los cristianos.
              Pero el gran día llegó, la mano divina se hizo presente  para poner término, en ese entonces a las injustas y atroces persecuciones.
              Constantino de repente enfermó de lepra; ninguno de sus  médicos fue capaz de curarlo; desesperado, asustado, pensando en su atroz  final, una noche durante un sueño, se le apareció San Pedro y San Pablo,  aconsejándole dirigirse al papa Silvestre; Constantino, que ni siquiera lo  conocía personalmente, lo mandó llamar a su presencia; éste en vez de darle la  solución para su cura, se atrevió solamente a proceder a bautizarlo, era aquél  acto  para condenarlo a una terrible  muerte; pero, como milagro, improvisadamente el emperador sanó de su morbo  incurable. La compensación, por esta milagrosa cura, fue enorme a favor de los  cristianos.
              Las controversias por las incredulidades de su esposa  Fausta, persistían. A Constantino, como es sabido, el nombre de Helena era  de su predilección; también su hija ostentaba el mismo.
              La esposa del emperador, seguramente  de fuerte ascendencia  Judía, insistía que la única y verdadera  religión de estado debería ser la Hebraica; Constantino, que deseaba la paz en  la familia, como cualquier hombre sensato, vivía con dudas, por no saber  cómo tomar decisión definitiva.
              Pensó que lo único era realizar un acto salomónico;  convocó a las dos partes en disputa, al máximo exponente Hebreo y al papa  Silvestre, les propuso se realizara un desafío para definir cuál de las dos  religiones poseía mayor poder sobrenatural; de inmediato, ordenó  traer un toro bravo a su presencia; y  solicitó, primero al Rabino, una demostración de su poder, el cuál se acercó al  animal y, con un susurro al oído, el animal cayó muerto al instante, no había  la menor duda de la absoluta supremacía dogmática sobre el cristianismo. A su  turno, el papa Silvestre, impávido, seguro de suponer divino, con otro susurro  al oído contrario, hizo que el toro volviera a la vida, dejando a todos los  presentes anonadados. Definitivamente, por tal acto, al supremacía del cristianismo,  sobre todas las religiones existentes, quedó confirmada para dar inicio a una  nueva era en su beneficio y aceptando el poder del Verbo encarnado en Cristo.
              En realidad, dejando a un lado las leyendas, pasando a  la historia, el emperador Constantino, fue iluminado, supo tomar a tiempo la  evolución de la época.
              Tres siglos de persecuciones y martirios, no sólo no  habían servido para destruir la nueva religión; sino el contrario, la había  reforzado con mayor vigor.
              En el siglo IV, la mayor parte de la población  simpatizaba con los sentimientos cristianos; y Constantino comprendió que era  impropio ir contra los deseos de las mayorías.
              Pagano, como era su origen, la nueva fe inculcada por su  madre, le sirvió para sus fines políticos, consolidando su poder; defendiendo  en consecuencia al cristianismo hasta lo máximo de sus convicciones adquiridas.
              Desde luego, la iglesia católica fundó sus propios  poderes sobre el importante Edicto de Constantino; que fue aceptado como  auténtico por historiadores y por hombres de poder en todas las épocas; y fue  reafirmado nuevamente en el siglo VIII por el Papa Silvestre II.
              Debido a las fuertes preocupaciones que suscitaban las  ambiciones de los nuevos emperadores Bizantinos, también en el año 1053, el  Papa León IX confirmó, oficialmente, la validez de las donaciones del famoso  edicto.
              Nuevamente en el siglo XV empezaron a surgir algunas  dudas, causadas por los historiadores: Arnaldo de Brescia. Nicolás Cusano y el  Humanista, Lorenzo Valla, queriendo demostrar en modo impugnable que dichas  donaciones fueron inventadas; pero resultó en vano, la historia había hecho su  propio curso, asegurando a la iglesia en virtud de aquella donación, un  indiscutible derecho y un poder enorme, trasmitido por los siglos de los  siglos.