FUNDACIÓN DE LA ORQUESTA SINFÓNICA


Monterrey, desde su fundación de 1596, sin duda alguna, estaba destinada a ser un importante baluarte de la República Mexicana en casi todos los aspectos de vida, principalmente en el ámbito industrial, económico, social y cultural; desde luego, hay que otorgar un especial reconocimiento a los ciudadanos ejemplares que lo hicieron posible, dejando para la posteridad una singular herencia de alto valor humano, además de una laboriosidad a toda prueba, digna de grandes encomios.

Algunos también se distinguieron en la disciplina artística, como alimento espiritual del alma, necesario para darle mayor sentido a la vida; y considerando que, una de las expresiones del arte lo representa la música; en Monterrey, como en otras ciudades del mundo, culturalmente emancipadas, surgieron hombres y mujeres con tanta inquietud, que crearon un pujante movimiento musical.

El eterno obstáculo de la falta de recursos todo dificultaba; era el enemigo a vencer. Los mecenas eran la solución para obtener lo indispensable, a veces con buenos resultados. A los artistas, en tiempos remotos, se les consideraban de ideas descabelladas, y, en algunos casos se les calificaba de cómicos. Gracias a su tenacidad, los regiomontanos podemos presumir de estar culturalmente a la altura de cualquier ciudad del mundo, debido a la buena imagen con que nuestros embajadores del arte nos representan.

Durante los albores del siglo XX, en Monterrey se hizo presente una importante manifestación de arte musical, en especial, en la rama pianística; llegó a calificársele como: la ciudad mexicana líder en este instrumento; esto es de reconocérsele a tres insignes músicos regiomontanos, me refiero a los maestros: Daniel Zambrano, Antonio Ortiz y Francisco Estrada; a ellos, se les debe la creación de las primeras academias musicales, la Beethoven y la Chopin; la plétora estudiantil se contaba con cientos; algunos de los cuales llegaron a destacarse como excelentes pianistas.

Estos insignes maestros lograron formar también, la reconocida y bien recordada Orquesta sinfónica Beethoven; en su mayor parte, con integrantes regiomontanos y solo algunos foráneos.

El esfuerzo valió la pena; fue meritorio; era la primera vez que se contaba con una importante orquesta profesional, siendo un orgullo para Monterrey; lástima que su duración fue muy breve. La falta de recursos necesarios para el sostenimiento se presentaba cada día más crítica; los músicos no podían dedicarse de tiempo completo a los estudios de preparación para las presentaciones debidas; por lo tanto, la disolución de la orquesta fue inevitable, perdiéndose así la oportunidad de seguir contando con una orquesta sinfónica estable.

Monterrey sufrió las consecuencias de un largo período de abstinencia de música sinfónica; pero las inquietudes seguían, como también, la esperanza de un nuevo resurgimiento.

Durante la década de los años 50, se presentó nuevamente la oportunidad de crear una orquesta sinfónica; esta vez, la iniciativa estuvo a cargo de un grupo de regiomontanos destacados, aficionados al arte operístico, quienes formaron un patronato para presentar temporadas de óperas internacionales; entre ellos recordamos a: Don Francisco Treviño, Antonio L. Rodríguez, Prisciliano Barragán, Rafael L. Valdez, Genaro Cueva, Rogelio Elizondo, ricardo Margain Zozaya, Luis Fumagallo y José Salinas Iranzo, Previamente, el nuevo movimiento artístico se había iniciado con la creación de la Sociedad Artística Tecnológico, por iniciativa del insigne benemérito regiomontano; Don Eugenio Garza Sada.

En octubre de 1953, en el cine teatro Florida, se presentaba la primer temporada de ópera internacional con los más destacados cantantes de este arte, colocando el nombre de Monterrey en los círculos operísticos mundial, al mismo nivel.

Pero todo era volátil, Monterrey no contaba con una infraestructura musical propia, todo era importado; desde luego, también la orquesta con sus respectivos directores, con consecuencias económicas muy gravosas.

En 1959, el patronato de la Compañía de Ópera de Monterrey, A.C., decidió que era hora de crear una propia orquesta sinfónica; para poder con ella afrontar la parte musical de la temporada operística de ese mismo año, sobre todo, para abatir los costos.

El Proyecto no se preveía con optimismo; pero la decisión estaba tomada. La difícil encomienda recayó en un joven director italiano, Antón Guadagno, originario de Sicilia ; cuna del gran compositor Vincenzo Bellini y del famoso tenor Giuseppe Di Stefano.

El maestro Guadagno, contratado para el proyecto, aceptó el reto con mucha voluntad y optimismo; con anterioridad lo había logrado en Lima; Perú, en donde descubrió además a un gran tenor, Luigi Alva; para el maestro, descubrir nuevos valores vocales era otra de sus virtudes; muchos cantantes en el mundo, recibieron el bautismo artístico de Guadagno; varios mexicanos, entre ellos, Plácido Domingo, a quien hizo debutar en Nueva York.

El maestro, a su llegada a Monterrey, no conocía a nadie, como tampoco la ciudad. La tarea la inició a fines de abril de ese año; de alguna manera, el destino me unió a él naciendo entre los dos una fraternal amistad, que perduró durante medio siglo (hasta su muerte, el año 2002, acaecida en Viena; poco antes de dirigir la ópera, “Otello”_ de Verdi; siendo substituido por su hijo Steve). De inmediato, me comentó su plan de trabajo a seguir, solicitando mi colaboración desinteresada para localizar músicos por todos los rincones de la ciudad; para tal fin, iniciamos la tarea de inmediato, visitando: cantinas, restaurantes, clubes nocturnos, salones de baile, concentraciones de mariachis, en un sin número de lugares famosos de la época, inclusive hasta en la ciudad de Saltillo.

Para dichas labores, no solo se contaba con el apoyo decisivo del Patronato de la Ópera, sino también, por parte del Gobierno del Estado, del Gobernador, Lic, Raúl Rangel Frías, insigne y culto benemérito de Nuevo León.

La importante y decisiva intervención de un músico con gran amor a este arte, Oficial Mayor de Gobierno, profesor Manuel Flores Varela, favoreció enormemente al proyecto; de inmediato, se pudo disponer como sede de trabajo, la Casa del Campesino, en la calle de Mina y Abasolo, actualmente Barrio Antiguo. Como directores substitutos locales, se unieron dos excelentes músicos, el maestro David c. García e Isaac Flores Varela, hermano de Don Manuel.

La suerte estaba echada. A esperar los resultados; las presunciones eran muy altas; pero, los exhaustivos trabajos dieron frutos deseados; casi un milagro, la novel orquesta, con poca experiencia en campo operístico, alcanzó un histórico éxito con su participación musical durante la temporada del mes de octubre.

En sólo seis meses, el maestro Guadagno con su genial batuta, logró, no sólo satisfacer a los críticos de la época: Fra Diávolo (Dr. Daniel Mir), Fedres (Federico Flores), Lic. Jorge Villegas, Rogelio I. García, entre otros y a todo el público en general, como también a los cantantes provinentes de los mayores teatros de ópera del mundo. Finalmente, Monterrey contaba con orgullo, con orquesta sinfónica propia; lo difícil era sostenerla unida y prepararla para la próxima temporada de 1960; no se contaba con fondos suficientes; de pronto surgió una esperanza de luz en la persona del Rector de la U.A.N.L.: Arquitecto Joaquín A. Mora; hombre de mucha sensibilidad artística y un gran acuarelista; mostró interés en hacerse cargo de la orquesta, desde luego, con el apoyo del Gobierno del Estado, del patronato de la ópera y, en parte, del Municipio de Monterrey durante el mandato del Lic. Leopoldo González Saenz. El Lic. Rogelio Villarreal Garza, director de Extensión Universitaria, otro personaje con decisión y gran interés por el arte, ofreció todo su apoyo para las gestiones pertinentes. De inmediato, dieron inicio los primeros conciertos sinfónicos; el primero se presentó el 2 de febrero de 1960, en el Teatro María Montoya, todavía como Orquesta Sinfónica de Monterrey. El día 8 del mismo mes, se organizó un concierto en el Aula Magna, dedicado para alumnos y maestros, bajo el emblema de “orquesta Sinfónica de la UANL”, bajo la batuta del director fundador Antón Guadagno y la participación de la soprano Lucila Sabella.

Después de la temporada de ópera internacional de 1960, el Rector Joaquín A. Mora, aceptó, con agrado, la idea propuesta por el maestro Guadagno, de organizar una temporada de opera universitaria, ren mayo de 1961 en el Montoya, con artistas mexicanos, entre ellos, el debut oficial, en parte estelar, del tenor Plácido Domingo, así como varios cantantes regiomontanos, Lucila Sabella y Jorge Rangel Guerra, como protagonistas; la batuta estuvo a cargo del excelente músico mexicano: Eduardo Hernández Moncada. La breve temporada resultó de un éxito extraordinario, según los críticos.

En 1961, se presentó la última temporada de ópera internacional, interrumpida drásticamente, se dijo por razones económicas; además, de la falta de interés mostrado por el gobernador en turno, Lic. Eduardo Livas Villarreal.

En 1964, se organizó otra temporada de ópera regiomontana, con la participación de la orquesta que seguía subsistiendo, siempre bajo los auspicios y protección de la U.A.N.L. Con la muerte del maestro David C. García, la orquesta estuvo bajo la batuta de varios directores: Isaac Flores Varela, Héctor Montfort, Jesús Medina y Antonio López Ríos; hasta que en 1991 apareciera, en el escenario regiomontano, un excelente músico mexicano, proveniente de perfeccionamiento musical en Europa, para tomar la dirección oficial de la orquesta el maestro Félix Carrasco Córdova. Ahora que la orquesta cumplió, felizmente, sus primeros 50 años de vida, podemos estar orgullosos de los esfuerzos realizados, por los músicos, en subsistir unidos con una gran calidad musical, digna de encomio por sus altos niveles.

Es de agradecerse, no sólo a los fundadores, sino a la U.A.N.L., y a sus múltiples rectores, que dieron su apoyo, en todo sentido, durante todos estos años; además a la gran labor de excelencia musical impartida y dedicada, por su actual director Carrasco; a los músicos que siempre han puesto su máximo empeño en mejorar su calidad musical y así incrementar el gran público melómano, asistente a todos los conciertos.

El orgullo regiomontano, se ve fortalecido por los esfuerzos realizados por muchos músicos, a través de casi un siglo.

Auguramos un seguimiento con ahínco, como hasta ahora, para que en Monterrey siga perdurando el amor a la buena música, de un alto valor artístico para el Estado de Nuevo León. En la actualidad, hay que concederle un reconocimiento a la noble tarea que realizan varias instituciones musicales, oficiales y privadas, para la formación de nuevos valores en este arte; en especial, al maestro David García, homónimo de otro distinguido músico nuevoleonés, por haber logrado crear una excelente orquesta sinfónica juvenil; que sin duda alguna, serán los futuros músicos profesionales que tanto se necesitan para enriquecer y enaltecer el arte musical de Nuevo León. El maestro Antón Guadagno, durante su larga carrera musical, en los mayores escenarios operísticos del mundo, dirigiendo a los cantantes más sobresalientes en este arte, nunca olvidó a Monterrey; siempre la llevó en su corazón, mostrando un interés vivo constante en regresar.

En 1989, cuando tuvimos el privilegio de contar nuevamente con su presencia, invitado por el que subscribe, en calidad de presidente fundador de la nueva compañía de opera de Monterrey para dirigir una temporada de opera. Para su gran sorpresa, encontró a la orquesta que el había fundado, con una alta calidad musical. En la actualidad, la orquesta sinfónica de la U.A.N.L. cuenta con un importante archivo musical.

En 1990, el maestro Guadagno, fue merecedor de un reconocimiento Honorífico, como Ciudadano de Monterrey, en el teatro Luis Elizondo, por el entonces alcalde Sócrates Rizzo García, por su gran aportación musical su nombre quedó plasmado, en el monumento a la amistad, entre México e Italia, ubicado en la Plaza Italia, en Calzada del Valle y Río Rosas, en San Pedro Garza García, N.L.

Gracias estimado y querido maestro Guadagno por haber dejado un importante legado musical en Monterrey, sobre todo por haberme distinguido con tu fraterna amistad.

MTRO. SALVATORE SABELLA
PRESIDENTE FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE ÓPERA 1989